Precedentes históricos

La Cova del Bolomor es conocida desde tiempos inmemoriales, su boca colgada en el farallón rocoso del paraje l’Ombria se divisa desde toda La Valldigna. La utilización de la misma a través de los recientes tiempos históricos ha estado vinculada a una actividad ganadera como redil de rebaños de ovicápridos hasta los años 1960. Sin embargo, otros usos también han estado presentes, como es el de servir de refugio en momentos de inestabilidad social o bélica. Así, en la denominada 3ª Guerra Carlista (1872-76), la cueva sirvió de refugio y su uso evitó que fueran requisadas para la guerra las caballerías de algunas familias de la población. Igualmente la arena amarillenta producto de la descomposición de las calizas de sus paredes sirvió de «terra d’escurar o d’escudelles» para limpiar y desengrasar la vajilla de cocina, al menos a lo largo de la primera mitad del s. XX.

En las décadas de 1850-70 era frecuente la búsqueda de inexistentes tesoros en la cueva por los habitantes del valle, esta actividad debió finalizar hacia 1870. Leandro Calvo recoge la misma en el diario «El Litoral, núm. 183-1884» de Gandia:

«Estimulados los habitantes de La Vall por la codicia y creídos sin duda que se destinaba en otro tiempo el dinero para enriquecer a los muertos trabajaron para desencantar a la fuerza de barrenos los tesoros escondidos en aquel Cementerio de Moros. No contentos con despeñar tanta preciosidad… -dientes de carniceros, ciervos, algún paquidermo y también, pequeños pedazos angulosos de pedernal blanco- …., continuaron excavando hasta las entrañas del monte la rendija cada vez más angosta. la generación presente ya se da por desengañada, y Dios haga que los venideros conserven lo poco que los presentes han dejado»

En el verano de 1867, el catedrático de geología y paleontología Juan Vilanova y Piera y su discípulo Eduardo Boscà, futuro catedrático de Historia Natural de la Universidad de Valencia (1892) exploraron la cavidad y recogieron diversos materiales arqueológicos de la considerada «importante cueva osífera» (Vilanova 1893: 13 y 21). Los materiales recogidos por Vilanova fueron donados para la creación de la primera colección arqueológica del Museo Arqueológico Nacional (Madrid, exp. 1868/51), números 21 y 22: «hachas de calizas silíceas de las cuevas del Bolomort (sic) (Tavernes de Valldigna)» y número 23: «brechas huesosas con piedras de id» y constituyen parte de los primeros fondos fundacionales de esta institución (Cacho y Martos 2002: 385). Esta excursión se puede considerar la primera visita científica a la entonces considerada «caverna huesosa morada del hombre primitivo». Desde este momento el yacimiento se incorpora al circuito científico y es presentado en universidades y diversos congresos internacionales de prehistoria, como el de Estocolmo (1875).

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Inventario de la colección Vilanova y Piera. Museo Arqueológico Nacional (Madrid)

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Juan Vilanova y Piera y Eduardo Boscà. Autores de la primera visita científica a Bolomor en 1867


Por su parte Leandro Calvo, geólogo y religioso aragonés afincado en Gandia (Escuelas Pías) explora la cueva en varias ocasiones desde la década de 1880 (Calvo 1908). Los datos proporcionados por éste fueron incorporados a la obra «Simas y Cavernas de España (1896)», monografia del Instituto Geológico Nacional publicada por Gabriel Puig y Larraz. En la misma se realiza una primera y somera descripción estratigráfica:

«El suelo de la cavidad está constituido por un depósito de arcilla roja entremezclada con huesos de animales y fragmentos de instrumentos de pedernal, comprendido dicho depósito por dos capas de caliza estalagmitica, una inferior a el y otra superior. En el país al depósito fosilífero le llaman el Cementerio de los Moros».

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Recreación de la vida cuaternaria según Vilanova y Piera (1896)


Durante la primera mitad del siglo XX, naturalistas e investigadores visitan y comentan el depósito brechificado de Bolomor con restos de fauna e industria lítica. Así el abatte Henri Breuil acompañado de Leandro Calvo explora la cavidad el 29 de junio de 1913 (Blay 1967), y en 1932 Luis Pericot recoge los materiales que fueron depositados por Breuil en el Institut de Paleontologie Humaine de Paris (Bru y Vidal 1960). A principios del siglo XX el yacimiento ya es considerado, junto a Cova de les Meravelles, Cova del Parpalló y Cova Negra uno de los más representativos que «confirmaban la presencia del hombre prehistórico» en tierras valencianas (Boscà 1901, 1916; Barras de Aragón y Sánchez 1925), aunque era considerado como un conchero «Kjoekkenmoeddings» siguiendo la tendencia de la época (Fletcher 1976: 18; Archivo SIP inédito). Posiblemente Eduardo Boscà visitara la cavidad en varias ocasiones antes de su muerte en 1924, dado que recogió una colección de materiales arqueológicos de Bolomor, cuyo depósito actual se encuentra en los fondos de la Facultat de Biología de Valencia. El mismo clasificó los restos faunísticos de ciervo y caballo como Equus adamaticus (Pericot 1942: 277).

En el año 1923, como consecuencia del descubrimiento de la necrópolis de la Cova del Barranc de les Foietes, en un barranco contiguo y a escasa distancia de Bolomor, el ayuntamiento solicitó la presencia de una comisión del Colegio de Doctores de Madrid para examinar las cavidades prehistóricas del valle, y en noviembre de 1924, el Dr Carrillo y el alcalde y médico de Tavernes Francisco Valiente exploran la cueva (Barras de Aragón y Sánchez 1925: 155-157):

«Encontrose allí una gran oquedad, semejante a la entrada de una gruta, como de unos 10 m de elevación. En sentido opuesto a la pendiente de la ladera montañosa hay un entrante en forma de rapidísimo declive, y a la derecha entrando se ve como el comienzo de una sima cuya boca mide aproximadamente dos metros de diámetro. Pero lo verdaderamente notable y digno de consideración y estudio es el hecho de que las paredes y techo de la oquedad están constituidas por un conglomerado de caliza y huesos de diferentes especies animales, en forma de durísima roca. Su variedad es grandísima: huesos largos, cortos, planos, trozos de mandíbulas, asta y molares de gran tamano pertenecientes a especies herbívoras y caninos de especies carnívoras. Prolijamente examinó el Dr. Carrillo este conglomerado sin hallar en el mismo un solo vestigio humano».

En esta misma época, la publicación de la obra Topografía médica de Tabernes de Valldigna recoge las dimensiones de la cavidad (Grau Bono 1927: 22):

«Es notable esta oquedad, cuyas dimensiones son de tres metros de anchura por otros tantos de profundidad… según autorizadas opiniones debió servir de morada al hombre primitivo».

A principios de 1930, la Secció d’Antropologia i Prehistòria del Centre de Cultura Valenciana exploró la cueva ingresando en la institución un lote de materiales arqueológicos procedentes de esta (C.C.V. 1931). Hacia 1935 y sin que haya podido ser localizada ninguna documentación escrita, tuvieron lugar amplias actividades de extracción de piedra mediante vaciado con dinamita de una importante parte del depósito arqueológico. Esta actividad minera arrancó bloques cúbicos de varias toneladas de peso y otros cilíndricos de 95 cm de diámetro que fueron bajados con cadenas tiradas por bueyes hacia el pueblo. Parte de las mismas al parecer se utilizaron para elaborar las mesas de piedra del desaparecido casino, según testimonios orales.

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Publicaciones en las que se referencia a Cova del Bolomor


Las actividades vinculadas a la «búsqueda de tesoros» de 1860-70, según se desprende del relato de L. Calvo, se realizaron mediante la utilización de barrenos con búsqueda de profundidad “hacia las entrañas cada vez más angostas”. Estas labores requirieron medios, organización y presupuesto económico, afectando a sectores como la galería y/o la sima que reúnen las condiciones citadas de grieta angosta. Sin duda alguna, estas actividades se desarrollaron durante largo tiempo, tal vez favorecidas por algún hallazgo metálico protohistórico o por la obstinación fantasiosa. Cuando en 1880 Leandro Calvo visita la cueva, el «suelo» estaba formado por un depósito de arcilla roja entre dos niveles estalagmíticos. La primera valoración que implica esta descripción es que no existía de forma extensa el nivel arqueológico I, de color negro intenso y fácil erosión. El nivel rojo citado puede corresponder a diferentes niveles cálidos o de terra rossa, como el nivel IV o el XIII, ambos limitados por paquetes estalagmíticos. Probablemente se trate del primero. En 1924, la entrada a la cavidad se realizaba por la parte central como en la actualidad, y esta mostraba una altura de 10 m con fuerte declive a la derecha (al Sur) y con presencia allí de la sima, de dos metros de boca. La existencia recalcada de fuertes depósitos osíferos en techos y paredes, debe referirse al Sector Norte. Los datos de V. Grau, que también corresponden al año 1924, indican una escasa anchura para la cueva, por lo que es posible que una parte del depósito central de la cavidad aún existiera.

Hacia 1935 debieron producirse las actividades mineras en busca de los mantos estalagmíticos basales para su explotación industrial. Se utilizaron barrenos, con extracción de bloques y escalonamiento con trincheras del Sector Norte. En el extremo sur se produjo la perforación del pozo de 3,5 m y 95 cm de diámetro mediante barrenado. Las actividades de los años 1930 debieron ser intensas y abandonadas al agotarse la cantera pétrea. Estas labores produjeron transformaciones y acondicionamiento para la extracción pétrea y el vertido de tierras al barranco como desecho. La fuerte rampa que existe en el Sector Oeste es debida al vertido sedimentario, mientras que la extracción pétrea corresponde al Sector Nn que aún muestra bloques abandonados de la actividad minera.

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En primer término explotación minera de los mantos estalagmíticos basales


La excavación arqueológica ha permitido obtener información de estas actividades que muestran la existencia de una dinámica que consiste en perforar para posteriormente rellenar la perforación y desarrollar una nueva en sus proximidades. Esta actuación genera en muchos sitios una estratigrafia “invertida”. Existen oquedades generadas por la actividad de un solo operario con las dimensiones justas para él y su herramienta (pico). La misma estuvo muy planificada pues el abancalamiento encontrado ha sido cuidado y se observa la existencia de restos de yeso que debieron apuntalar andamiajes. Los fragmentos de botijos, cazuelas con restos óseos y fragmentos metálicos de las herramientas hablan de una actividad importante y con numerosos operarios. Todas estas labores a lo largo de los siglos XIX y XX hicieron desaparecer cerca de un 70% del depósito arqueológico.

El yacimiento a partir de la década de 1970 recibe una cierta atención bajo la óptica principal de su catalogación. En 1975,el Servicio de Investigación Prehistórica de Valencia le incluye entre sus visitas (Fletcher 1976: 18), llegando a recoger sedimentos en 1977 (Fletcher 1978: 19) y ha desarrollar una cata de urgencia de 1 m que afectó a los niveles superiores (estrato I, cuadro B4) por J. Aparicio y F. Grau, en diciembre de 1980. Actividad subvencionada por el Ayuntamiento de Tavernes y el depósito arqueológico quedó considerado de «industria integramente musteriense, estando presente la técnica levalloisiense y que los tipos son pequeños» (Fletcher 1978: 19, 1982: 72). La cavidad también fue visitada a partir de 1960 con intereses propios de otras disciplinas o actividades como la geología, espeleología, etc.

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Planimetrías de Cova del Bolomor (1962-1988)


En junio de 1982, Josep Fernández Peris como consecuencia de una exploración subacuática en el Clot de la Font a requerimiento del ayuntamiento de Tavernes, visitó varias cuevas del término municipal acompañado por miembros del Centro Excursionista de la localidad. El «hallazgo» de este majestuoso yacimiento motivó la creación de un proyecto de investigación vinculado a la Universitat de València cuya aprobación se produjo en 1989 por la Conselleria de Cultura y se crea un equipo interdisciplinar dirigido en principio por Josep Fernández Peris y Pere Guillem Calatayud y posteriormente por el primero que inicia una larga e ininterrumpida labor de excavación e investigación arqueológica en curso.

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